Legado
“…Una de las lecciones que más agradezco a mi padre es haberme enseñado que, si bien hacer cosas es importante, también lo es cómo hacerlas. El cómo marca la diferencia…”
“…Una de las lecciones que más agradezco a mi padre es haberme enseñado que, si bien hacer cosas es importante, también lo es cómo hacerlas. El cómo marca la diferencia…”
Hace ya muchos años mi padre, Don Pedro, nos regaló a mi hermano y a mí con un hermoso poema que tituló Hijo mío (Variación sobre tema de Rudyard Kipling) y que aquí reproduzco con su permiso:
Si puedes estar firme cuando a tu alrededor
todo el mundo claudica y tacha tu valor.
Si, cuando todos dudan, no te falta entereza
y al mismo tiempo sabes excusar su flaqueza.
Si puedes esperar y a tu afán poner brida
y, siendo odiado, al rencor no le ofreces cabida.
Si, blanco de mentiras, esgrimes la verdad
y no ensalzas tu juicio ni ostentas tu bondad.
Si sueñas, pero el sueño no se erige en tu rey,
ni el triunfo o el desastre te dictan su ley;
si los tratas igual, como a dos impostores,
y si piensas, el pensar no apaga tus ardores.
Si puedes soportar que tu frase sincera
sea para el necio cual dorada quimera.
Si tus ganancias vuelan en un golpe de azar
y sin lamento alguno vuelves a comenzar;
o si aquéllas se agolpan en pesado montón
y a distancia mantienes de él tu corazón.
Si alerta el pensamiento y el músculo tirante
la voluntad te lleva a mirar adelante.
Si en medio de la turba das a la virtud abrigo
y no pueden herirte, ni tienes enemigo;
si eres bueno con todos, pero no demasiado,
y, tratando con reyes, del orgullo has triunfado.
Si aprovechas la vida y sus preciosos minutos
y arrancas a la tierra sus codiciados frutos,
no habrá sido en vano tu combate bravío,
pues lo que más importa: serás hombre, hijo mío.
Décadas han pasado ya desde la primera vez que leí estos versos que tan honda huella dejaron en mí. Y a día de hoy sigo descubriendo que oriento mis pasos aún en esa prima dirección: SER un Hombre. Día a día aprendo a fuerza de intentar y fracasar, de afrontar miedos y nuevos retos, de relativizar la abundancia y la escasez, de analizar la realidad desde nuevas perspectivas, de estar atento a aprovechar cada minuto…
Es más; de mis mayores fracasos he cosechado mis mayores lecciones, las que de verdad me han acercado a lo que en mi fuero interno siempre he anhelado: estar bien conmigo mismo y con mi entorno, y contribuir a que también lo estén los que me rodean.
Y, ciertamente, esta brújula se la debo en gran medida a mi padre.
Pero además este legado se traduce también en mi quehacer diario, y en el de todos los que trabajamos en Farmacia La Estación, que establecemos como ejes centrales de nuestro ejercicio velar, asesorar y promover la salud, en su sentido más amplio, así como incentivar la coparticipación e implicación de cada uno de nuestros clientes, y de la población de nuestro entorno en general, en este propósito.
Y lo hacemos entendiendo que la salud no es un fin en sí misma, sino un camino hacia un bienestar con nosotros y con nuestro entorno y, en definitiva, hacia un “bienvivir”.
Estoy convencido de que el primer paso que podemos dar para alcanzar un mundo mejor es cuidarnos y mejorarnos a nosotros mismos. Y el cuidado y cambio más sencillo e inmediato que podemos abordar es optimizar nuestra salud a través del desarrollo de unos hábitos de vida saludables, de recabar el apoyo de los profesionales sanitarios cuando lo necesitemos y de hacer un uso correcto de los medicamentos cuando éstos sean aconsejables.
Pero una de las lecciones que más agradezco a mi padre es haberme enseñado que, si bien hacer cosas es importante, también lo es cómo hacerlas. El cómo marca la diferencia. Forma parte del ser, no del tener. No sólo importa lo que hago, sino también cómo lo hago.
Este legado en forma de visión del ejercicio profesional como servicio a los demás y basado en valores tiñe inevitablemente mi actuación profesional y la de este establecimiento farmacéutico comunitario que tengo la suerte de dirigir.
Así, en Farmacia La Estación nos esforzamos para que nuestra labor de atención y apoyo sanitario se ajuste a unos principios o marcos de referencia tales que, a la vez que maximicen la eficiencia del servicio, sean éticos y estén orientados al bien común.
Gracias, Don Pedro.
Gracias, padre.
Hace ya muchos años mi padre, Don Pedro, nos regaló a mi hermano y a mí con un hermoso poema que tituló Hijo mío (Variación sobre tema de Rudyard Kipling) y que aquí reproduzco con su permiso:
Si puedes estar firme cuando a tu alrededor
todo el mundo claudica y tacha tu valor.
Si, cuando todos dudan, no te falta entereza
y al mismo tiempo sabes excusar su flaqueza.
Si puedes esperar y a tu afán poner brida
y, siendo odiado, al rencor no le ofreces cabida.
Si, blanco de mentiras, esgrimes la verdad
y no ensalzas tu juicio ni ostentas tu bondad.
Si sueñas, pero el sueño no se erige en tu rey,
ni el triunfo o el desastre te dictan su ley;
si los tratas igual, como a dos impostores,
y si piensas, el pensar no apaga tus ardores.
Si puedes soportar que tu frase sincera
sea para el necio cual dorada quimera.
Si tus ganancias vuelan en un golpe de azar
y sin lamento alguno vuelves a comenzar;
o si aquéllas se agolpan en pesado montón
y a distancia mantienes de él tu corazón.
Si alerta el pensamiento y el músculo tirante
la voluntad te lleva a mirar adelante.
Si en medio de la turba das a la virtud abrigo
y no pueden herirte, ni tienes enemigo;
si eres bueno con todos, pero no demasiado,
y, tratando con reyes, del orgullo has triunfado.
Si aprovechas la vida y sus preciosos minutos
y arrancas a la tierra sus codiciados frutos,
no habrá sido en vano tu combate bravío,
pues lo que más importa: serás hombre, hijo mío.
Décadas han pasado ya desde la primera vez que leí estos versos que tan honda huella dejaron en mí. Y a día de hoy sigo descubriendo que oriento mis pasos aún en esa prima dirección: SER un Hombre. Día a día aprendo a fuerza de intentar y fracasar, de afrontar miedos y nuevos retos, de relativizar la abundancia y la escasez, de analizar la realidad desde nuevas perspectivas, de estar atento a aprovechar cada minuto…
Es más; de mis mayores fracasos he cosechado mis mayores lecciones, las que de verdad me han acercado a lo que en mi fuero interno siempre he anhelado: estar bien conmigo mismo y con mi entorno, y contribuir a que también lo estén los que me rodean.
Y, ciertamente, esta brújula se la debo en gran medida a mi padre.
Pero además este legado se traduce también en mi quehacer diario, y en el de todos los que trabajamos en Farmacia La Estación, que establecemos como ejes centrales de nuestro ejercicio velar, asesorar y promover la salud, en su sentido más amplio, así como incentivar la coparticipación e implicación de cada uno de nuestros clientes, y de la población de nuestro entorno en general, en este propósito.
Y lo hacemos entendiendo que la salud no es un fin en sí misma, sino un camino hacia un bienestar con nosotros y con nuestro entorno y, en definitiva, hacia un “bienvivir”.
Estoy convencido de que el primer paso que podemos dar para alcanzar un mundo mejor es cuidarnos y mejorarnos a nosotros mismos. Y el cuidado y cambio más sencillo e inmediato que podemos abordar es optimizar nuestra salud a través del desarrollo de unos hábitos de vida saludables, de recabar el apoyo de los profesionales sanitarios cuando lo necesitemos y de hacer un uso correcto de los medicamentos cuando éstos sean aconsejables.
Pero una de las lecciones que más agradezco a mi padre es haberme enseñado que, si bien hacer cosas es importante, también lo es cómo hacerlas. El cómo marca la diferencia. Forma parte del ser, no del tener. No sólo importa lo que hago, sino también cómo lo hago.
Este legado en forma de visión del ejercicio profesional como servicio a los demás y basado en valores tiñe inevitablemente mi actuación profesional y la de este establecimiento farmacéutico comunitario que tengo la suerte de dirigir.
Así, en Farmacia La Estación nos esforzamos para que nuestra labor de atención y apoyo sanitario se ajuste a unos principios o marcos de referencia tales que, a la vez que maximicen la eficiencia del servicio, sean éticos y estén orientados al bien común.
Gracias, Don Pedro.
Gracias, padre.